Reconozco que no me gustan los cambios: soy de una fidelidad perruna a lo que me causa placer. Me puedo pasar muy bien sin novedades, pero desfallezco en cuanto me alejan por demasiado tiempo de lo que prefiero.
Cuando quiero disfrutar de veras, vuelvo a lo ya sabido. A lo cada vez más sabiamente saboreado.
Esta disposición de mi carácter choca con uno de los dogmas menos discutidos del saber vivir actual, el entusiasmo por el inédito, la exigencia permanente de sensaciones y emociones aún no probadas.
Sólo los estragados, los escépticos, los decadentes, suponen que el gozo debe consistir en variar de goces. Como en el fondo siempre disfrutan a medias, esperan el deleite novedoso al menos como alivio de la frustración del deleite presente. Y sólo son conscientes del placer que se va, no del que vuelve.
No excluyo que haya novedades buenas: lo que digo es que para mí serán buenas a pesar de ser novedades. Cuando lleguen las incluiré en mis rutinas placenteras, porque también es un viejo hábito adquirir hábitos por primera vez. Por lo demás prefiero releer a leer (volver a mis géneros y autores favoritos), no me canso de asistir a la ejecución de Liberty Balance ni de acariciar sin tregua a quien hace mucho aprendí a desear.
Respecto a las innovaciones, practico la misma desconfianza que mostró el viejo Borges cuando un periodista insistía en preguntarle sobre la muerte: “¡La muerte! ¡Qué cosa tan nueva! No sé si a mi edad debiera permitírmela…
Nescire quaedam magna pars sapientiae est!
(Ignorar ciertas cosas es una gran parte de la sabiduría.)
SAVATER, Fernando. Más de lo Mismo, in EL PAÍS
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