David comenzó a hablar en voz baja, un poco quemada por el deseo. Le dijo:
- Si con la yema de un dedo bajara por el perfil de tu rostro desde la frente hasta tu boca…
- ¿Qué?
- …y en tu boca con el dedo hiciera una presión muy leve sobre tus labios y te pidiera que los entreabrieras para mí… ¿lo harías?
- Sí – respondió Ana al final de un silencio dubitativo.
- Y si después de humedecer la yema del dedo en tus labios siguiera camino…
- Sí.
- …por tu mejilla y descendiera por el cuello y te acariciara allí esas marcas que te ha dejado alguien que tal vez te quiso estrangular… ¿me dejarías?
- Sí.
- ¿Realmente te han querido estrangular? - preguntó David con emoción.
- Deja eso ahora – contestó Ana.
- Relájate. Te estoy acariciando esas huelas en tu garganta…
- No lo hagas.
- Está bien… Y si desde esas huellas mi mano bajara por la curva de tus senos y ganara tu brazo desnudo que ahora está relajado sobre la cama y te fuera acariciando la mano hasta llegar mis dedos con los tuyos… ¿me dejarías?
- Sí. Claro que sí.
- Y si mi mano se soltara de la tuya y se fuera temblando hacia tu regazo…
…
Las mujeres se abren por lo oído. Es como si guardaran ahí la combinación secreta de su caja fuerte. Empiezas soplándoles palabras dulces, cargadas de deseo, y ellas se van ofreciendo suavemente.
MANUEL VICENT, Cuerpos Sucesivos
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