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domingo, 11 de setembro de 2022

A busca da felicidade - Daniel Mediavilla (El País)

La búsqueda de la felicidad y una cierta insatisfacción con el mundo es parte de la vida humana desde que se tiene constancia. Desde Aristóteles o Epicuro a los modernos libros de autoayuda, el objetivo de estar bien ha ocupado a las mejores y las peores mentes de cada generación, y las religiones han prosperado ofreciendo una respuesta a un dolor omnipresente. Aunque el progreso en muchos aspectos materiales ha sido espectacular, algunos datos, que son el primer paso para corregir los problemas en el mundo gobernado por la razón, muestran que la solución a la angustia por existir no está cerca; incluso se aleja.

En España, en una tendencia compartida con casi todos los países occidentales, el consumo de antidepresivos se triplicó entre 2005 y 2015, y un estudio publicado en The Lancet estimó que, durante la pandemia, los trastornos depresivos se incrementaron casi un 30% en todo el mundo. Luis Caballero, jefe de sección del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro de Madrid, y Francisco Collazos, responsable del programa de Psiquiatría Transcultural de Vall d’Hebron, en Barcelona, coinciden en que, en los últimos años, se ha visto un incremento de casos de autolesiones y trastornos alimentarios entre los adolescentes, y también de consumo de alcohol y otras sustancias, agravado en la pandemia.

Ante este panorama, algunos expertos han mirado al pasado en busca de soluciones. Dos biólogos evolutivos, Bret Weinstein y Heather Heying, han publicado recientemente

Guía del cazador-recolector para el siglo XXI. Ambos consideran que es necesario prestar atención a la historia evolutiva humana para reducir los problemas de salud mental que aquejan a nuestra sociedad. Según ellos, los cambios tecnológicos y de estilo de vida en los últimos tiempos han sido tan rápidos que la capacidad de adaptación no ha podido seguir el ritmo. Para revertir el problema, habría que aceptar la verdadera naturaleza humana, desentrañada a través del estudio de su evolución. De ese estudio, extraen consejos propios de un libro de autoayuda: además de hacer más ejercicio o comer menos productos procesados, una forma de vida con más apoyo en la comunidad y en la vida tradicional sería más sana para nuestra mente.

En esta línea, algunos estudiosos de las culturas menos occidentalizadas del presente, aquellas que pueden parecerse más a la de los humanos prehistóricos, afirman que hay una menor prevalencia de enfermedades mentales como la depresión o la ansiedad, pero, como en todo lo que tiene que ver con la felicidad humana, la historia está llena de matices.

Francisco Giner, catedrático de Antropología de la Universidad de Salamanca, que ha estudiado grupos humanos con formas de vida “primitivas” en todo el mundo, reconoce que “hablar de felicidad en el ámbito académico asusta”, pero que en su equipo han tratado de “cuantificarlo en cierta medida a partir de una serie de componentes”, y han concluido que en estas tribus primitivas, eran “más felices” y tenían “una infancia menos competitiva que la nuestra. Haciendo balance, la enfermedad mental es casi inexistente y para categorías como la depresión ni siquiera tienen términos”, resume.

Sobre la presión social para amoldarse al grupo, Giner cuenta la historia de un hombre de la tribu Hamer, de Etiopía, que había ido a la universidad, pero mantenía su identidad tribal. “Me invitó a un rito en el que le entregaron una esposa elegida por su familia, y le pregunté si no hubiera preferido escogerla él”, recuerda. Él le dio una respuesta que puede parecer sorprendente para un occidental: “Mi familia conoce mejor a las jóvenes de mi cultura, y habrán elegido mejor de lo que yo lo hubiera hecho”.

Esta cesión de buena parte de la libertad en la familia, la tribu y la costumbre es señalada por otros expertos como un efecto protector. “Cuando hablas con pacientes procedentes de las antiguas repúblicas soviéticas, algunos echan de menos aquellos tiempos en que el guion te lo marcaba de una forma muy estrecha el Estado”, explica Francisco Collazos. “En nuestra sociedad, el discurso ultraliberal y la crisis de los valores tradicionales nos bombardean con la posibilidad de una vida plena. Pero después, en el día a día, esos sueños excesivos no se cumplen y eso alimenta una vivencia de fracaso”, explica.

Esfuerzo por integrarse

El psiquiatra, especializado en el tratamiento de personas inmigrantes, pone un ejemplo de casos clínicos en los que se ve la aceptación de un sistema. Tratando a estas personas, he visto que las que llegan a Madrid o a Barcelona desde un determinado país y siguen viviendo como si siguiesen allí, aislados en su propio entorno, tienen menos trastornos mentales que los que hacen un mayor esfuerzo por integrarse”, asegura. No obstante, Collazos reconoce que “no tendría mucho éxito aquel que abogara por una vuelta al pasado y te dijese: resígnate y renuncia a tu libertad”.

María Martinón-Torres, directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, en Burgos, acaba de publicar Homo imperfectus, un libro en el que explora la naturaleza humana a través de su historia evolutiva. La investigadora se considera sorprendida por la idea de que “ahora hay más estrés que antes”. La paleoantropóloga plantea que hay estudios que muestran que algunas poblaciones con estilos de vida primitivos no tenían estrés hasta que les ayudaron a verbalizarlo. Collazos coincide y relata su experiencia con pacientes de culturas menos occidentalizadas. “Es raro que me digan, doctor, tengo depresión. En muchas lenguas nativas africanas no existe ese término, pero igual te dicen: doctor, últimamente pienso mucho”, ejemplifica.

Luis Caballero cree que hablar de la mayor o menor prevalencia de trastornos mentales en sociedades primitivas o modernas es un planteamiento demasiado genérico y advierte ante la escasez de trabajos científicos fiables. “Son culturas diferentes con patologías diferentes. Las enfermedades relacionadas con infecciones, que después derivan en problemas psiquiátricos, son más frecuentes en las sociedades menos desarrolladas, y pasar hambre o no tener vacunas no puede ser una ventaja. La pobreza es un factor de riesgo claro en los trastornos mentales. Pero después, las exigencias de ambientes muy competitivos en sociedades muy competitivas pueden causar estrés a los niños y adolescentes”, reflexiona. Caballero, como el resto de expertos consultados, considera que es un campo en el que queda mucho por investigar.

La sensación del paraíso perdido parece algo inherente a la experiencia humana. Jared Diamond escribió que el abandono de la vida de caza y recolecta por la agricultura y la ganadería había sido el peor error de la humanidad. La nostalgia por el pasado no es nueva, pero no hay muestras de que los humanos completamente felices hayan existido nunca. Sin embargo, el conocimiento sobre cómo afectan los cambios tecnológicos y las transformaciones sociales a unos seres que evolucionaron en pequeñas bandas en la sabana africana es escaso. Un análisis de la naturaleza humana puede ser un camino para mejorar el bienestar mental que hoy muchos consideran demasiado lejano.

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